Aunque muchos hoy lo pongan en duda, los hermanos Chang fueron alguna vez niños. En la casa donde los Chang tuvieron su infancia la Navidad era una fiesta pagana. Como todo. «Los Chang sólo creemos en los Chang» decían cada tanto papá y mamá. Sin embargo, hubo una mañana especial, única e insólita, de un invierno que los hermanitos Chang no podrían olvidar nunca más. Ese día el padre los levantó de la cama y les dijo: «Mamá les ha preparado el desayuno. Se visten, se lo comen todo y me acompañan al trabajo».
Cuando los hermanos llegaron a la mesa ya todo estaba servido. Para cada uno, frente a su asiento, había un plato humeante con su manjar favorito. Arroz con brotes de soya y cerdo agridulce para uno. Fideos con bambú tierno y trozos de pato rostizado para el otro.
«Sheng Dan Kuai Le» dijo la madre sonriente al tiempo que colocaba junto a los platos de cada uno de sus retoños sendos paquetitos rematados con un lazo. Ese día los hermanos Chang supieron que Sheng Dan Kuai Le era un peculiar saludo para desear Feliz Navidad en mandarín. Y ese día descubrieron que a uno le había tocado de regalo una pinza metálica y al otro un martillo. Pero sobre todo, después del desayuno, los hermanitos Chang supieron ese día la de usos increíbles que esa pinza y ese martillo tenían en el negocio de papá Chang.
No sería precisamente –ya lo sabemos- para clavar y sacar clavos. Papá Chang les enseñaría a partir de esa jornada lo mucho que su trabajo tenía que ver con el de un odontólogo, un traumatólogo o un manicurista. Exactamente lo mismo pero al revés.
Este es el bazar navideño de los hermanos Chang, lleno de martillitos y pincitas. De cosas que sirven para doblar o enderezar muchas cosas en este mundo.
Pasen adelante, llenen sus bolsas de regalitos y tengan ustedes un Sheng Dan Kuai Le al estilo Chang.
Fedosy Santaella y José Urriola (dependientes del tarantín)
No hay comentarios:
Publicar un comentario