Corría el año del pun y ya se acercaba a su fin. Un par de artesanos veían cómo su labor se quedaba fría y en riesgo de irse al olvido con el cambio de mes. Tenían toda la posibilidad de irse directamente a la quiebra.
La única jugada que les quedaba era llevarse sus tristes existencias a un último Bazar y esperar por lo mejor.
Cosa curiosa, en esas situaciones desesperadas en las que aguardas lo mejor, nunca falta el sujeto que aparece en la puerta con una propuesta que, por supuesto, te cambiará la vida.
Él tomó sus cucharas de plata y las cambió por lenguas del mismo material, un pequeño intercambio que, según él, garantizaría su prosperidad.
...Y con ellas lograron llegar a los corazones y dominar las mentes de su público.
Con las carteras y sobre los hombros de sus fieles obtuvieron su fortuna y sentaron las bases de su imperio.
Su ascenso a la cumbre fue prodigioso, pero aun en la cúspide no pudieron dejar de darle a las lenguas, ignorando el precio que tendrían que pagar.
Sucede que el uso repetido de estas lenguas de plata envenenaba progresivamente sus muy mortales cuerpos. Si su ascenso fue prodigioso el descenso fue simplemente violento.
No hubo llantos, ni protestas, simplemente porque no había fuerzas para nada de eso. Las pocas que quedaban estuvieron destinadas desde el principio a afincar la pluma sobre el papel.
Fue así que el cuento que comenzó con un bazar terminó exactamente 1.82 metros bajo tierra y fue de esta manera que el dominio de la lengua pasó al control de un par de manos.
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